Cada día pueden aparecer muchísimas cosas que no podemos controlar, tener una práctica regular nos permite tener algo seguro donde anclarnos diariamente. 

Yo practico (y comparto) ashtanga yoga, donde uno de los ejes de la práctica es repetir la secuencia de asanas diariamente. Actuando como soporte para fortalecer la meditación en movimiento y el fluir entre los movimientos y la respiración.  

Es muy lindo saber que aunque el afuera esté descontrolado,
el adentro es algo que puedo controlar,
cuidar,
abrazar,
flexibilizar,
adaptar,
aceptar,
amar. 

Practicar todos los días, no significa necesariamente una práctica larga/completa. Significa darnos el tiempo y el espacio de abrir el mat. Pararnos. Y ver que podemos hacer con eso. Ver que nos está pasando. Ver(nos).

Porque la práctica no siempre son asanas “instagrameras” – hermosas felices y llenas de luz. 

La práctica también es el frío de la mañana. Son los músculos que duelen. Los huesos que suenan. La sala con poca gente (o demasiado llena). La cabeza que no para. 

La práctica también es sombra, oscuridad, es aprender a ver lo que nos cuesta.

Y creo que por esto practicamos cada día, para observarnos, para conocernos y para re-conocernos. No como una exigencia. No como una obsesión. No como una obligación.

Al contrario. 

Practicar cada día nos hace más valientes. Siento que pocas cosas dan más humildad que decidir pararnos cada día, a enfrentar nuestras sombras.

Porque no hay otra, es muy difícil mantener la práctica si nunca estamos presentes. De alguna manera, la repetición constante y regular, nos “obliga” a estar presentes (aunque sea por lapsos, entre los cuales la mente probablemente vaya a cualquier lado). 

En la práctica de asanas aprendemos a honrar cada respiración, a honrar cada célula de nuestro cuerpo. A honrar nuestro tiempo. Nuestra presencia. Y nuestra valentía.

El tiempo que pasamos en el mat, no es sólamente algo físico, es amor en acción.

Gracias por leerme, con amor,

Dani.