En 2019 viajé por segunda vez a India. Suelo viajar sin mucho plan, pero ese año realmente lo tenía bastante organizado (recomiendo viajar a India siempre con algo planeado). Mi idea era conocer Rishikesh (“la capital del yoga”, la cual no terminó de enamorarme para ser honesta) y después bajar tres semanas a la playa, al área de Goa. Si bien había organizado, y tenía reservado hotel y vuelo; a cada persona que le contaba que pensaba bajar a la playa en mayo me decía “you are crazy, beach no good in summer” (estás loca, no da ir a la playa en verano).

Claro, después entendí, su verano, es bastante más intenso que en Argentina (todo es más intenso que en todos lados).

En la playa “tenía todo resuelto”; vuelo, hotel y sala de ashtanga yoga. Pero en la calle, en la casa donde vivía y en todos lados, no paraban de decirme que me fuera más al norte (yo ya estaba bastante al norte, no entendía bien a que se referían).

¿Más al norte? Si, los Himalayas son la mejor opción en verano.

Me dijeron “Himalayas” y mi cara se iluminó.

Recuerdo tal cual, esa noche, cuando comiendo un alfajor vegano (que me había llevado de casa) y tomando mate en el balconcito del cuarto que le alquilé a una familia; el rumbo de mi viaje (y mi perspectiva) cambió.

Bien a mi estilo sagitariano, le di para adelante en plena madrugada. Ya no concebía estar en India y no conocer “Los Himalayas”. Cancelé vuelo, hotel y curso de yoga. Compré un bus a Dharamshala y volví a sentir la adrenalina de lo inesperado, de la incertidumbre. Que, a decir verdad, es lo que más me gusta de viajar. Y de viajar a India particularmente. La oportunidad de sacar mi yo más simple, más relajado, que más fluye, que más se adapta, que más se asombra, que más abre los ojos, que más aprende, que más (se) escucha. India me enseña, cada viaje, a mantener mi paz y seguir mi intuición, en medio del caos.

El bus no es ni cómodo ni fácil; dura aprox 13 horas y realmente valorás los consejos de no comer ni tomar nada durante el trayecto. Pero el paisaje entre montañas es de lo más lindo que vi en la vida. Una vez en la “ciudad” Dharamshala, tomé un Rickjaw (en otros lugares de Asia les llaman tuc tuc) hacia Dharamkot, porque adentro del pueblo ya no se permitían buses, ni autos. Solo motitos, bici y mucha caminata.

El aire era distinto. Fresco. Liviano.

No había ruidos, ni bocinas.

No hacía calor. No había tumultos.

No había Ganesha ni Shiva.

Tampoco mercados ni gente vendiendo comida en la calle. Ni gente durmiendo en la calle.

Habia llegado a Otra India.

La India tibetana. Budista. La India de las montañas. Caminar por el pueblo, es caminar en medio de la naturaleza, banderitas de colores y monjes. Otra comida. Otro idioma. Otros turistas. Si habías llegado hasta ahí era porque buscabas trekking, Iyengar Yoga (hay un estudio increíble en medio de la montaña), o al Dalai Lama.

Yo había llegado, básicamente, porque me dijeron que en la playa me iba a descomponer del calor. Y creo que por eso, porque no esperaba mucho, ni sabia de su existencia en el mapa, me enamoró todavía más.

Estuve 3 semanas en ese pueblito. Hay otros parajes cerca también hermosos a los que llegás caminando. Trekkings por el día (con cascadas bajando directo de los picos más altos) y trekkings de pasar la noche. La joyita fue que en el bus, me enteré que había una conferencia del Dalai Lama en la ciudad de al lado. Anotarse no era fácil, pedían cosas medio ridículas, pero todo valió la pena. Aclaro que él hablaba en su idioma, y la mayoría de los que estábamos ahi no entendiamos nada.

No había que entender, había que sentir.

Así fue la conferencia. Así son las montañas. Así es India. No necesitamos entender. Necesitamos sentir.

Dani.